El señor de Bobastro by Bernabé Mohedano Cuadrado

El señor de Bobastro by Bernabé Mohedano Cuadrado

autor:Bernabé Mohedano Cuadrado [Mohedano Cuadrado, Bernabé]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2019-09-09T16:00:00+00:00


* * *

Abandonamos el hisn con la puntualidad con la que las golondrinas que me acompañaron en mi primera salida regresan al nido cada primavera. En lugar de los seis hombres que me recibieran el día anterior aguardaba nuestra visita un gran cortejo encabezado por un qaid y la propia guardia emiral. Guiaban nuestros pasos por un pasillo esta vez compuesto por el ejército en posición de revista. Lanzas, picas y estandartes apuntaban a un cielo limpio de las nubes de días precedentes. Una marcha militar de chirimías y tambores amenizaba el trayecto a nuestra espalda.

A la entrada de la qubba, mi amigo el chambelán nos condujo a una nueva estancia donde el wazir nos instruyó del protocolo requerido. Cuando dos guardias descorrieron el cortinón que daba paso a la formidable sala del trono, crucé una mirada cómplice con Omar, que realizó una mueca que casi me lleva a la carcajada. El descomunal boato no impresionaba demasiado a mi amigo. Siguiendo al wazir nos colocamos en la posición acordada advirtiendo que el emir ya se hallaba presente. Tras la reverencia preceptiva observé cómo al-Mundir, moreno y de pelo ensortijado algo largo, nos miraba con sonrisa de suficiencia, la del lobo con la oveja o el zorro con la gallina. Desde la altura del trono real, los destellos carmesíes y pajizos que proporcionaban los cientos de velas y la luz natural se concentraban estratégicamente en su persona, proveyéndole de un tono místico. La magia se rompía cuando reparabas en la cantidad de marcas que ensuciaban su cara, con toda probabilidad provocadas por una viruela mal curada, y que humanizaban una figura que emanaba poder.

Tal y como nos ordenaron, Omar se dirigió en primer lugar a él inclinando ostensiblemente la cabeza.

—Majestad al-Mundir ibn Muhammad. Allah tenga a bien guardaros. Es un honor encontrarnos hoy en su presencia.

—Noble Ibn Hafsún, compartimos dicho honor —respondió. Con un ligero gesto de su mano que indicaba cercanía y lo innecesario de formulismos, añadió—: Ten por seguro que me has alegrado este fin de año que se aproxima con tu sabio proceder. Por fin podemos vernos y hablar. Mucho me he arrepentido de no haberlo hecho en el pasado cuando junto a mí cabalgabas protagonizando gestas de las que aún se declama en Qurtuba.

—Convencido estoy, alteza, de que a partir de ahora nos resultará más sencillo tal menester —dijo Omar, variando a un tono más cercano—. El destino me ha señalado el camino correcto. Muchas serán las ocasiones a celebrar.

—Entiendo entonces que tu compromiso es firme —respondió el emir, agrandando aún más su sonrisa—. Aunque prefiero que sea Allah y no el destino quien te guía, pues solo su poder se escapa de nuestras mortales manos y es capaz de colocarnos en el camino correcto.

—Por supuesto, majestad, y ante Él y vos me presento para rubricarlo hoy.

—Me alegra oír eso, aunque no solo a tu firma responde mi invitación. El pergamino y las condiciones propuestas son solo la semilla de nuestra relación, pero mucha es la esperanza en que crezca tan fuerte como un roble.



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